A veces creemos que sabemos con exactitud lo que significan
algunas palabras. Incluso aquellas que no son infrecuentes, pero cuando nos
volvemos estrictos podemos fallar, perdernos en explicaciones incompletas y
erróneas o titubear.
La definición de “igual” no me resultó ajena a ello. Siempre
supuse que dos cosas iguales no tenían diferencia alguna entre sí. Pero la
definición dice otra cosa, es más ambigua y deja lugar a interpretaciones
cuantitativas. En el Diccionario de la Real Academia Española, la tercera
acepción dice que igual es un adjetivo que significa: muy parecido o semejante
¡Pero no idéntico!
Toda esta disquisición vino a cuento cuando me hallé frente
a un cajón de la cómoda, con diez medias en la mano, y ninguna pertenecía al
mismo par.
Y me pregunté por qué no había una igual a la otra. Y en mi
error de confundir esa palabra con “idéntico” razoné que las medias de un mismo
par no eran iguales entre sí; como sucede con un par de zapatos o los faroles
delanteros de un vehículo. Son individuos simétricos, especulares, correspondientes,
semejantes. Pero a la vista del significado preciso, las medias de un mismo par
son iguales. Pero no idénticas, una está cosida para un lado y la otra para el
opuesto.
Y creí que esa diferencia entre una y otra era la causante
de que se me dificultara hallar un par. Porque a ambas me las saco al mismo
tiempo, las coloco juntas en el cesto de la ropa sucia y, es muy probable que
sean introducidas al lavarropas simultáneamente.
Entonces, en qué momento y por qué causa se separan.
Fiel a mi naturaleza empírica decidí averiguarlo. No fue
tarea sencilla. No porque se tratase de una práctica complicada que necesitara
aparatología compleja o conocimientos previos, sino porque debería tomar
actitudes que pondrían en duda, aún más, la normalidad de mi estado mental.
Tendría que vigilar a mi esposa, en el lavadero, mientras introducía la ropa en
el lavarropas y luego atender, frente al aparato, la actitud de las medias.
Y así lo hice.
“¿Qué mirás?” me dijo previsiblemente ella, mientras
procedía al lavado. –Me gusta verte- le respondí evasivo.
Y descubrí que en ese proceso no estaba el problema. Mi
mujer puso el par de medias juntas, con otras prendas más, cerró el lavarropas
y encendió el programa.
Esperé que se alejara un poco y, acuclillándome, me puse a
mirar lo que sucedía en el interior del artefacto.
“¡Y ahora qué!” Me increpó ella, que había regresado. “Me
parece que tiene una falla, hace un ruido raro”, respondí con ingenio.
Cuando quedé nuevamente a solas comencé a mirar el
movimiento giratorio, algo hipnótico, que me presentaba el tambor de lavado. La
visión me fue ensimismando y recordé el espiral del comienzo de la serie “La
cuarta dimensión”. Pero en un momento logré pestañear y concentrarme en mi
misión.
Y descubrí lo que estaba buscando: las medias, en medio de
esa maraña de telas que naufragaban en el torbellino de agua y jabón, no se
comportaban de la misma manera. Las medias eran iguales pero no idénticas, eran
la una reflejo de la otra. Por eso una giraba en sentido horario y otra anti
horario. Una era dextrógira y la otra levógira. Y como si fuesen partículas que
se repelen se mantenían alejadas entre sí, separadas por media circunferencia.
Finalmente el programa de lavado terminó y cuando mi esposa
regresó le dije que era una falsa alarma, que el aparato funcionaba bien. Y me
quedé, nuevamente, observándola.
Y pude atar los cabos que faltaban; una de las medias salió
con la primera tanda que fue al secarropas y, luego, terminó en el tender. La
otra, más tarde, sufrió el primer proceso pero debió dormir un tiempo en el
secarropas hasta conseguir su turno de colgado. Y eso las divorció.
La primera media fue a un cajón durante la noche, mientras
que la segunda lo hizo dos días después a otro.
Concluí que con todos los pares debía suceder lo mismo, por
eso había breves temporadas en que se podía armar uno y otros vacíos temporales
en que las medias eran manipuladas individualmente.
Y eso me hizo entender que la única solución sería comprar,
mínimamente, diez pares iguales.
Pero no hallé ningún negocio con el stock suficiente como
para hacerlo.
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